miércoles, septiembre 19, 2007

5-ht

Siempre me toco la cara cuando estoy nerviosa. O los pendientes. Se ha dado cuenta en seguida y me ha preguntado porqué lo hacía. No paraba de fumar, pero me ha parecido una viejecita encantadora. Casi me la imaginaba más haciendo galletitas a sus nietos que sentada tras aquella mesa. Ha sido más fácil de lo que me esperaba, después de todo. Me ha preguntado muchas cosas y las ha ido apuntando en su libretita. Me gustaría haber podido leerlo. Me ha dicho que era un caso típico. Que con una pastillita al levantarme y otra antes de irme a dormir, en unas semanas todo iba a ser de color de rosa. Qué fácil, ¿verdad? Me ha recetado las pastillitas de la felicidad. No sabía que eso existiera. Ya no habrá más lágrimas, ni insomnios, ni apatías, ni berrinches. No sé por qué se me ha venido a la cabeza aquella escena de 9 Songs: "Las pastillas te sientan de puta pena por la mañana". Espero que a mí me caigan mejor que a Lisa.
Parece no haberle sorprendido a nadie, excepto a mí. ¿Todo el mundo lo sabía menos yo? He ido medio obligada y sólo me esperaba un "no pasa nada, bonita, malas épocas las tenemos todos". Y, según me ha dicho la viejecita encantadora, la cosa no funciona así. Habré vivido engañada toda mi vida.
Me toca mi dosis nocturna. No la he querido tomar antes de escribir por miedo a sumergirme de golpe en el estanque de la paz interior y no poder acabar siquiera de escribir. Ojalá sean alucinógenas y me pase el día viendo marcianos verdes.
Mañana me drogaré, alquilaré Prozac Nation y haré una tarta de higos y moras. Toda una experiencia, vamos.

lunes, septiembre 10, 2007

como cuando llueven rosas

- Te esperaré en el mar
- ¿Y cómo voy al mar?

Lo recuerdo bien. Llovía como cuando llueven rosas, tan despacio. Y la niebla nos dejó a solas sin realidad. En la inmensa nada que dejan todas las cosas buenas. Mis muñecas a sus tobillos y sus ojos como los juegos en invierno. A mi olvido, lágrimas inexistentes por resignación anticipada, aunque a veces cuesta encontrar ese punto de estabilidad.
Pronunciar silencios de amor cuesta tan poco. La sal en la garganta ni nos permite respirar. Violines, sudor y violencia desgarradora tan delicada y dulce que el techo se cae en forma de emociones contenidas. No es su crueldad, es mi deseo, que me ata a instantes felices de dolor. Demorado y silenciado. Detestado y asumido. Como la ternura en los ojos del suicida. Levedad de placer y nostalgia como copos de nieve cayendo en una noche tranquila. Maldije lo que dijo y más lo que no. Se marchó temprano, deprisa, con mi sosiego y un abrazo destemplado. Y fui la resaca de las olas, igual que cuando llueven rosas, tan despacio.

- ¿Cómo voy al mar si yo soy el mar?





sábado, septiembre 08, 2007

rubíes y pistachos

Qué ganas de que llegue el otoño. Y comprarme un abrigo verde pistacho. También unos zapatos, de esos mágicos, como los de Dorothy, para dar tres golpes con los talones y volver a casa cuando se me lleve un ciclón. Olvidarme de lo que no importa y del Mundo de Oz.
Me alegro de haber llorado hoy. Era necesario. Todos tenemos días malos, pero de mis días malos, este ha sido el mejor.
Si supiera pintar, sería el momento de empezar un óleo. Unas montañas y mi casa al final de un sendero tortuoso, al amanecer. Y yo al principio del camino. Lejos, muy lejos, pero en el camino. Con un abrigo verde pistacho y unos zapatos rojos, de rubí.


domingo, septiembre 02, 2007

del viento y lo sencilla que es la vida

Obviaré los detalles acerca de cómo acabé así, el caso es que le conocí una noche, justo después de haberme revolcado por el lomo de una duna, junto a una playa adonde la gente peregrina cada atardecer para ver la puesta de sol. Caminaba yo rebozada en arena, a la luz de una luna llenísima, cuando me crucé con él, que iba en la dirección opuesta. Me preguntó si llevaba mechero. La mitad de la gente de este mundo debe haberse conocido así. Y, no, no tenía mechero, pero sí tenía tiempo de sobras, así que allí mismo nos sentamos a charlar. Se llamaba Jaime. Veintiséis años. Ex-empleado de cualquier multinacional. Un año atrás había decidido dejarlo todo para irse a vivir a aquel pueblecito perdido en la otra orilla del mundo y ahora daba clases de surf. Le dije que era una locura, pero ahora que estoy aquí, que uso zapatos y que las luces de la ciudad no me dejan ver las estrellas, pienso que locura es la mía por vivir así. "Y camirás sobre el asfalto todos los días de tu vida", fue mi condena.
Hablamos un poco de todo, de lo fuerte que sopla por allí el viento, y de lo sencilla que es la vida en realidad. Cuando llegó la hora de irnos, pasó la mano por mi mejilla para limpiarla de arena, y dijo "ven conmigo". No me faltaron ganas. Pero, como siempre, me puse a mi misma una mala excusa y amablemente decliné su invitación. Le miré de reojo mientras se alejaba y seguí mi camino en la dirección opuesta. Justo en la direccion opuesta.

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