del viento y lo sencilla que es la vida
Obviaré los detalles acerca de cómo acabé así, el caso es que le conocí una noche, justo después de haberme revolcado por el lomo de una duna, junto a una playa adonde la gente peregrina cada atardecer para ver la puesta de sol. Caminaba yo rebozada en arena, a la luz de una luna llenísima, cuando me crucé con él, que iba en la dirección opuesta. Me preguntó si llevaba mechero. La mitad de la gente de este mundo debe haberse conocido así. Y, no, no tenía mechero, pero sí tenía tiempo de sobras, así que allí mismo nos sentamos a charlar. Se llamaba Jaime. Veintiséis años. Ex-empleado de cualquier multinacional. Un año atrás había decidido dejarlo todo para irse a vivir a aquel pueblecito perdido en la otra orilla del mundo y ahora daba clases de surf. Le dije que era una locura, pero ahora que estoy aquí, que uso zapatos y que las luces de la ciudad no me dejan ver las estrellas, pienso que locura es la mía por vivir así. "Y camirás sobre el asfalto todos los días de tu vida", fue mi condena.
Hablamos un poco de todo, de lo fuerte que sopla por allí el viento, y de lo sencilla que es la vida en realidad. Cuando llegó la hora de irnos, pasó la mano por mi mejilla para limpiarla de arena, y dijo "ven conmigo". No me faltaron ganas. Pero, como siempre, me puse a mi misma una mala excusa y amablemente decliné su invitación. Le miré de reojo mientras se alejaba y seguí mi camino en la dirección opuesta. Justo en la direccion opuesta.
2 comentarios:
Las cadenas nos dan seguridad...
Con cariño,
Bartok.
Your mind is still far from home...
Bartok.
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