lunes, junio 09, 2008

la adicción

Fue raro, ayer. Rincones oscuros, chicas mareadas, velas, drogas, sudor, tacones. Me invitaron a cerveza y un cigarro, y todo era tan brillante, tan lujurioso, tan sórdido… Me sentí mal, pero me obligué a quedarme a esperar mi recompensa. Mi dosis de caricias trasnochadas. Estar con él es como estar de prestado en una vida que no me pertenece, que ni quiero, ni busco. Una eterna disyuntiva de atracción-repulsión. Estuve un rato callada examinando la escena: la morena del vestido rojo, él, su amigo, gente, humo y la amante de su amigo. Bromeando, le dije que estaba escandalizada y respondió que así es como funcionan las cosas. Bien. Aprendo mucho contigo, pensé. Y me besó. Y le besé. Me habló de la rubia que había conocido un par de horas antes, que podría haberse quedado con ella, dijo, pero me llamó a mí. Sin duda hubiera sido mi suplente de no haberme presentado, así que le di mi más profundo y sarcástico agradecimiento. Así es como funcionan las cosas, observa y aprende, pensé. Y diez segundos antes de alcanzar la inamovible decisión de irme a casa y no volver a hablar con él, me cogió de la mano y nos marchamos juntos. Nos dieron las cinco y después las seis, y empapada de vida regresé a mi sosiego. Tal vez por eso sea adicta a él, a pesar de todo. Es mi conexión con la realidad. Yo invento la dulzura, la ternura, la eternidad, y él se encarga de limpiar lo que yo ensucio, presentándome la verdad limpia, pura y monstruosa acerca del amor y el sexo. Y aún le queda trabajo porque a veces, en secreto, me revuelvo y lloriqueo negándome a aceptar que así sea. No puedo afrontar ciertas cosas. No quiero. En el fondo sigo esperando que se equivoque. Ojalá.


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