Sólo queda silencio. Como después de aquella tormenta, ¿te acuerdas? Claro que te acuerdas… ¿cómo lo ibas a olvidar? Porque aunque ahora me odies, aún me recuerdas.
Tú, yo y la noche. Fuera, el frío, el vacío, las nubes y las luces tras las nubes. Ni una gota de lluvia. El estruendo de los truenos, el aire cargado de olor a tierra, tensión eléctrica y humedad. Y aquella carretera perdida, oscura, lejana, infinita. Infinita como tus ojos de infinito azul. Relámpagos flasheando nuestros rostros por instantes. Como luces estroboscópicas tiñendo de violeta intenso las nubes grises, regalándonos fotogramas de campos inertes de aspecto fantasmal, para después acabar en un fundido a negro a la espera de un estruendo de esos que me hacen temblar. Tu mano en mi regazo, sobre mi mano. Nuestras miradas en la noche, atónitas, tan asombradas como cómplices de aquel espectáculo al que asistimos por casualidad. Conscientes de estar viviendo un momento de esos que son para coleccionar.
Después, silencio. Como ahora que ya no estás. Silencio… y lo vivido hecho recuerdo, como ahora que ya no estás.
Qué pena no poder llamarte cuando me envuelvo de reminiscencias, sólo para poder decir “¿te acuerdas?”. Pero claro que te acuerdas, qué tontería. ¿Cómo lo ibas a olvidar? Aunque ahora me odies, hay cosas que nunca podrás borrar.
Aunque ahora sólo quede silencio.