domingo, mayo 25, 2008

silencio en estéreo

Llueve en la ciudad para refrescar nuestros cuerpos invadidos de primavera. Cielo blanco y aire gris. Mi amante ha vuelto, por fin. He vuelto, mi vida, para quedarme contigo y hacerte llorar como siempre. No te preocupes, pequeña, que pienso estar a tu lado para volver a hacerte sufrir. Lo sé, lo sé, y él también sabe que yo sé ya lo que necesito. Golpes bajos. Segundo asalto. Supongo que siempre lo supe, en el fondo, siempre supe que volvería y lo deseé tanto como quise no volver a verle nunca más. Las mismas piedras, siempre las mismas, que te persiguen tomes el camino que tomes. Si un día soleado decides asomarte al borde del camino y lanzarlas al río, puede que cuando caiga la bruma, saltes al río para volverlas a recuperar. Eso es: categorizamos transitoriamente, relativizamos y revertimos, casi siempre, al final. Demasiado miedo para mantenernos firmes. Me tambaleo, camino a trompicones, me caigo y aprendo, y aún sabiendo qué es lo correcto, nunca jamás lo haré. Porque vivo encadenando errores en nuestra competición de medias verdades, nuestra carrera de fondo, de años, a ver quién se derrota antes a si mismo, a ver quién se rinde antes para siempre, de verdad.
La única realidad tangible y comprobada es que, a pesar de la lluvia de las últimas semanas, en nuestras citas siempre lucían mañanas esplendidas. Y escondiendo las miradas tras nuestras gafas de sol, tras los cristales ahumados, nuestras mentiras, nuestras verdades, pierden definición, quedando nuestras promesas de amor, mutuas, fatuas, convertidas en una historia ficticia de amor verdadero, o una historia verdadera de amor ficticio, cuyo final, ya se sabe, nunca estuvo destinado a acabar bien.

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