sábado, noviembre 08, 2008

radiohead es ideal para los domingos aciagos

Mi profesor de Literatura Catalana en el instituto se llamaba Pascual. Fue mi tutor durante el primer curso. Era un hombre alto y canoso de espalda robusta y gesto severo. Recuerdo bien su voz, una voz peculiar, muy ronca, como si fumara desde los diez. Me caía bien. El otro día me vino a la cabeza algo que dijo una vez, en una de sus clases. No recuerdo cual era la lección, el caso es que aquel hombre se puso a filosofar sobre la muerte y el hecho de que llega un día en la vida de todos en que nos toca enfrentarnos a ella. No a la propia, si no a la de alguien cercano. Ya no a la de los abuelos o allegados de edad, claro, porque siempre se nos explica ese rollo del ciclo vital y parece que la explicación nos complace y lo aceptamos sin más. No, no esa clase de pérdida, si no la de alguien que no sigue el canon, que no le tocaría morir y sin embargo un día le atropellan saliendo del trabajo o le revienta un aneurisma cerebral. A él, nos contó, esa situación le llegó a los veintipocos. Un amigo suyo. Un accidente de coche. Y cambió su concepción de las cosas a partir de ese momento.
Habrá a quien le llegue a los tres años de edad, a los once, a los dieciséis, a los veintisiete. A mí aún no me había llegado, y desde aquel momento me estuvo acechando la macabra pregunta: ¿Quién será?
Y la respuesta no parecía llegar.
Anteayer, mientras fregaba los platos, sonó el teléfono. “Está en coma, en la UCI. Le encontraron al cabo de cuatro o cinco horas. No saben si saldrá.” Y después, mientras enjuaga una cazuela, recordé la última vez que nos vimos, en una comida, estaba sentado enfrente de mí. Me imaginé diciéndole: “¡Eh, eres tú! La respuesta a mi pregunta”, y me subió un escalofrío por el espinazo. No abrí mucho la boca en todo el día. Sólo para hablar de frivolidades con gente a la que hacía mucho que no veía, en la sala de espera del hospital.




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