Para la próxima vez, me pido partirme una costilla o dos y que te asustes y me lleves corriendo al hospital. Fingiré que me duele más de lo que me duele en realidad para que te sientas un poquito culpable, me lleves bombones y flores, y me cojas de la mano cuando esté en la cama convaleciente, mientras me cuentas anécdotas de tu familia en las cenas del día de Navidad. Esas cosas siempre me enternecen. Igual que los abrazos tras la última campanada de Noche Vieja. Se me ponen los ojos vidriosos porque les quiero y me alegra que estemos todos juntos un año más. Pero esta vez tendrán que ir con cuidado al estrecharme, porque tendré todo el costado morado. Y rojo, rojo el corazón. "Qué pena no habernos accidentado unas semanas antes; podríamos haber decorado juntos el árbol, y haber hecho en Noche Buena esa tontería de la neula y la copa de cava, ¿no?".
Después, sólo pedirle a los Reyes Magos que regalen amor a quién lo necesite, que yo por este año voy servida. Y a ti... pedirte que me des un beso de los de verdad, de los que te hacen pellizcarte en el brazo para saber que no estás soñando.
Lo demás ya llegará, despacio, porque tendremos mucho tiempo. Todo el tiempo del mundo.