estatuas de hielo
Hay días en que me sobreviene el calor del sol y voy perdiendo lentamente mis ángulos. Me deformo poco a poco. Me derrito. Cada gota de mi esencia alfombra el asfalto de mis calles vacías. Mientras camino, noto evaporarse cada pensamiento, cada delirio. Mi cara pierde su expresión y lágrimas frías, que son parte de mí misma, patinan por mis mejillas heladas hasta perderse más allá de mi cuello y desaparecer.
Desde que decidí ser estatua de hielo, las mañanas soleadas acaban conmigo.
Pero ahora todo es más fácil. Sí. Todo es más sencillo. Porque ahora, cuando no sé qué hacer con mis anhelos, cuando las ganas me sobran, cuando estoy saturada de deseos inverosímiles, entonces busco la cubitera y el punzón y me ensaño, extenuando así mi rabia. Después meto los pedazos helados de mis ilusiones en un vaso y me sirvo un Macallan, al que no doy tiempo a rebajarse con mis penas licuadas.
Anestesia para mi alma antártica.
Ya no añoro nada. Ya no comprendo el calor. Ya no añoro nada. Sólo quiero ser belleza gélida para siempre. Y guardar recuerdos en cubitos de hielo. ¿Qué mejor forma de conservar intactos los momentos que congelarlos? Cada beso, cada caricia, cada gesto... Ternura antigua inalterada, que no duele, que no muere.
Todo es más sencillo así, ¿verdad?
Cuando no esperas nada.
Cuando no te implicas.
Cuando no te importa.
Cuando algún fuego puede derretirte, pero sabes volverte a congelar.
Pero todo es más fácil ahora.
1 comentario:
¿Frio?
Tu no eres eso.
Quitatelo de la cabeza.
Eres calor.
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