la traviata
Llevo unos días con fiebre, tiritando, con una horrible tos. Soy aquella bella cortesana, la Dama de las Camelias, y la tisis corrompe la pureza de mi cuerpo inmaculado. Tras un ataque de tos me dejo caer sobre el sofá, con semblante angustiado y el dorso de la mano en la frente, en un desmayo sobreactuado. Entonces, intentando retener el hálito de vida que se me escapa, incorporo un poco mi desvalido cuerpo y recito la última carta que Marguerite pudiera escribirle a su amado, al que no volvería a ver jamás. Con el hilo de voz que mi débil estado físico me permite emitir, empiezo a entonar:
Coincidiendo con la incapacidad de Marguerite de continuar escribiendo, vuelvo a dejarme caer entre los cojines, apoyando el libro sobre mi pecho, y repitiendo mi dramático discurso:
En ese momento flaquean mis fuerzas. La tos me asfixia. Sufro la última agónica tortura dentro de mi pecho. El fin. Cierro los ojos y me entrego a la dulce muerte, ya purgados todos mis pecados a través de tan intenso dolor.
Todo se diluye. Todo se apaga despacio, mitigando mi sufrimiento. El fin, el fin. Adiós.
Perecí. Todo ha terminado. Gesto por fin relajado. Liberada de tanto padecimiento. Con una tenue sonrisa en los labios porque mi último pensamiento fue para amor. Mi belleza pálida yace sin vida en el diván, extinguido ya mi aliento.
Unos segundos después, ya me levanto, que me toca otra pastilla. Que la muerte ha sido fingida, pero la tos no. La fiebre y el obligado reposo con su implícito aburrimiento, me hacen hacer más tonterías, si cabe, que lo habitual en mí.
¡Qué malita estoy, Dios mío! ¡Armand!
¡Oh, Armand, venga! Sufro horriblemente, voy a morir, ¡Díos mío! Ayer me sentía tan triste que quise pasar en algún lugar que no fuera mi casa la noche que prometía ser tan larga como la del día anterior. El duque vino a verme por la mañana Creo que la presencia de ese anciano olvidado de la muerte me mata más deprisa.
A pesar de la ardorosa fiebre que me quemaba, me hice vestir y conducir a Vaudeville. Julie me vistió de rojo, pues, de lo contrario, hubiera parecido un cadáver. Acudí al palco donde le vi por primera vez. Durante todo el rato mantuve la mirada fija en la butaca que ocupó usted aquel día, y que ayer ocupaba un palurdo que se reía ruidosamente de las sandeces que decían los actores. Me acompañaron a casa medio muerta. He tosido y escupido sangre durante toda la noche. Hoy ya no puedo hablar y apenas puedo moverme. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Voy a morir. Esperaba la muerte, pero no puedo concebir mayor sufrimiento al que padezco, y si…
Coincidiendo con la incapacidad de Marguerite de continuar escribiendo, vuelvo a dejarme caer entre los cojines, apoyando el libro sobre mi pecho, y repitiendo mi dramático discurso:
¡Dios mío! ¡Dios mío! Voy a morir. Sufro horriblemente, voy a morir. ¡Oh, Armand, venga!... ¡Armand!... ¡¡Armand!!
En ese momento flaquean mis fuerzas. La tos me asfixia. Sufro la última agónica tortura dentro de mi pecho. El fin. Cierro los ojos y me entrego a la dulce muerte, ya purgados todos mis pecados a través de tan intenso dolor.
Me voy, me voy. Adiós mi añorado amor. Espero que te des cuenta de cuanto, aún en tu ausencia, llegué a amarte.
Todo se diluye. Todo se apaga despacio, mitigando mi sufrimiento. El fin, el fin. Adiós.
Perecí. Todo ha terminado. Gesto por fin relajado. Liberada de tanto padecimiento. Con una tenue sonrisa en los labios porque mi último pensamiento fue para amor. Mi belleza pálida yace sin vida en el diván, extinguido ya mi aliento.
Unos segundos después, ya me levanto, que me toca otra pastilla. Que la muerte ha sido fingida, pero la tos no. La fiebre y el obligado reposo con su implícito aburrimiento, me hacen hacer más tonterías, si cabe, que lo habitual en mí.
¡Qué malita estoy, Dios mío! ¡Armand!
4 comentarios:
Hola, Luna. Echaba de menos tus escritos... Me ha encantado esta entrada, La dama de las Camelias me trae recuerdos a otra época... la de cuando lo leí. Espero que te pongas buena y no tengas que fingir más muertes. Un besito, linda.
Hola guapisima que tal todo?? bueno espero que te haya llegado mi mail con las fotos del traje.
Un beso muy grande Nira.
MUXUS
Aún en los últimos momentos de tu ficticia muerte, tu corazón y tu mente confluyen todavía en él...
Cuídate esa tos, Luna, y deseo que la única fiebre que permanezca en tí sea la del amor. ¿Tonterías? No creo...
Con cariño,
Bartok.
Dios, si las visitas que aparecen en las estadísticas de mi espacio son realmente tuyas, una de dos: o estás francamente aburrida en tu postración, o la fiebre está llegando a límites alarmantes...
¡¡Armand, corre, que se nos va!!
Con cariño,
Bartok.
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