sábado, enero 06, 2007

rayo de luna

A veces persigo rayos de luna, como la reencarnación post-moderna del lánguido poeta de Bécquer.

Le perseguí calle abajo, siendo perfectamente consciente de que no era él.

Pero por un momento (¿fue la luz de la luna?), le vi. Era él. Esas eran sus espaldas. Y ese gesto al andar me fue familiar. Ya lo había visto antes. No podía ser otro. ¿Y ese olor? Fue un instante, sólo un instante y casi imperceptible, pero lo reconocí enseguida. A mí nunca se me escapan esas cosas. Tenía que ser él. Era él, sin duda. Y entonces apreté el paso instintivamente, a punto de gritar su nombre.


Me paré en seco tras cuatro o cinco zancadas. No podía estar allí. Eso era imposible. Empecé a caminar despacio, viendo como se alejaba.


Aún así, cuando desapareció al entrar en su portal, me lamenté de no haber corrido más para alcanzarle.

Me quedé con ganas de darte un abrazo.

Ilustración de Victoria Francés
(Favole. Lágrimas de piedra)



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